A mi amiga, Caridad Abellán, que en el Taller de Escritura Creativa de Garciaz, escribió el primer pensamiento, que puedes encontrar pinchando aquí, y del que se sigue este texto de mi autoría.
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Caridad Abellán, AQUI para ir a su blog |
Al dragón, una bestia tipo escupeairecaliente, lo trajeron un día lluvioso de hace ahora cuatro meses. Aquella mañana mami me tuvo entretenido jugando a la pelota todo el rato, en la cocina, una mano en las sartén, otra haciéndome caricias. Mami me quiere mucho, me da besitos, me asea, me peina, está siempre pendiente de mí.
Desde la cocina se oía con toda claridad el ensordecedor ruido de las garras del gigantesco reptil fijándose a la pared. Mami me miraba y me decía palabras incomprensible, como casi todas sus palabras, que parecen muchas veces canciones más que palabras; pero se le notaba que aprobaba que en mi cuarto se instalara el monstruo, ese objeto mecánico con cabeza de buzón que sí, que me calienta con su aliento, pero que me da todas las mañanas un buen susto.
Cuando por los cristales de la puerta que da a la calle, empieza a entrar la luz, zas, va y se despierta, lanza su rugido de bestia infernal y se pone a expeler aire caliente sobre mi cuna nueva, abajo, pegada a la pared que linda con la cocina, entre el felpudo y la escalera que sube al cuarto de mami. Y claro, yo que tengo un buen oído, me despierto de golpe, inquieto, y me quedo como paralizado, a veces durante cuatro o cinco segundos, a veces más, hasta que me despabilado del todo y me tranquilizo.
Porque mami, duerme arriba, con el otro humano, en una cama de barras de hierro en negro que remata en las alturas con boliches de oro. Duermen los dos en ella, en esa cama vieja que de vez en cuando se pone a gemir. A mí me da mucha pena cuando se pone así: “¿qué le estarán haciendo?”, me pregunto. Y claro, yo tengo miedo. Miedo porque temo que se rompa y mami se lastime algo con ella, y porque es por la noche, que las cosas no se ven como por el día, y estoy solo, a la entrada de la puerta de casa, con el dragón arriba observándome.
Cuando el dragón me despierta, todos los días, ya recuperado del sobresalto, subo las escaleras. Procuro no hacer ruido, que no quiero despertar al otro, que tiene muy malas pulgas, que nada más levantarse grita, y grita y grita, y tiene que ir mami a llevarle una taza con el desayuno, y todo eso. Me cuesta subir la escalera. Los peldaños no están hechos para mí. Me cuesta tanto que, a veces, como llevo toda la noche reteniendo y tengo muchas ganas de hacer pis; pues, a veces, se me escapan algunas gotitas: y me da vergüenza, mucha vergüenza.
Si me ocurre esto, mami, trae un palo pegado a un trapo y lo limpia. Y me acaricia, y me dice palabras incomprensibles, como casi todas sus palabras, que parecen muchas veces canciones más que palabras. Y yo me siento feliz.
Entro en su cuarto, me pongo del lado en el que ella duerme, y le balanceo la mano con toda la suavidad de que soy capaz. Ella tarda un rato en despertarse. Luego dice mi nombre. Se pone la bata, las zapatillas, y bajamos los dos la escalera muy despacito. Ella porque lleva el sueño todavía en los ojos, y también porque la rodilla derecha la tiene malita, todo hay que decirlo. Mami abre la puerta de la calle y yo salgo.
Yo no soy uno de esos chuchos callejeros que le ladran a la luna, uno de esos perros solitarios que no tienen donde caerse muerto. Yo tengo mi poste de la luz allí mismo. Los humanos dirían que su urinario, allí mismo. Levanto mi pata y orino. Luego sí, doy tres o cuatro ladridos para que todos sepan que sigo vivo.
Y mi nombre es Chico. |
En el vídeo que se sigue Cari lee el cuento, su cuento, tras una semana de trabajo desde su primer pensamiento apuntado en la dedicatoria. Y yo leo una primera redacción de este primer pensamiento que ella escribió y tú ahora acabas de leer.
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